Si bien en mis relaciones he tenido discusiones, malos momentos y demás situaciones desagradables, siempre me cuidé de no caer en la tentación del aprovechamiento y la manipulación. Tuve muchas oportunidades de continuar cómodamente en una relación, obteniendo de ella lo que a esa altura claramente era lo único que podría sacar de valor, pero preferí siempre ser honesto. No por bueno ni moralista, me refiero al hecho de vivir relaciones genuinas, que me gratifican; lo contrario sería traicionarme a mí mismo.
Sencillamente no podría vivir en una mentira, como de hecho veo muchos que sí lo hacen. Soy un espíritu libre y eso significa también actuar responsablemente y no recargarme con las sofisticaciones de las falsedades y las mentiras. No entiendo cómo algunas personas pueden sobrellevar semejante carga, si supieran cuánta energía le están dedicando a algo que en definitiva les hace daño y que a la larga no beneficia auténticamente a nadie.
La violencia de género, todos lo sabemos, se cobra todavía miles de víctimas debido a las agresiones físicas e incluso a los femicidios. Pero esto solo es la punta del iceberg. Además de una larga cadena de responsabilidades que está en cuestionamiento (con especial foco en el Estado, en todos sus órdenes) hay otras formas de violencia que, por ser cotidianas, hacen incluso más mella en la integridad de las personas. Me refiero a la violencia psicológica, como le han dado en llamar, y es precisamente por eso que comencé hablando de mi propia experiencia. Al pasar los años y tomar conciencia, me he dado cuenta que en algunas ocasiones incluso he caído en esta vil práctica de degradación, al calor de alguna situación conflictiva. Por tratarse de frases, de caer en lugares comunes, no me fue tan difícil cambiar mi actitud, la docencia realmente me ha obligado a mejorar mi conducta en general y estaré eternamente agradecido por ello.
El problema no estriba aquí en un simple maltrato verbal (que de hecho, ya sería un acto de violencia) sino en una conducta que sistemática y persistentemente manipula, ridiculiza, degrada, aterroriza, domina. Por supuesto que para lograr esto va a recibir señales de la otra parte, esto no es algo universal o aplicable a cualquiera pues sino sencillamente se trataría de violencia. Quien ejerce la violencia psicológica debe sentirse seguro, para eso busca la víctima que encaje en sus necesidades. Por eso comenté al principio el tema del aprovechamiento, esto sucede porque esa persona ya lo ha vivido y repite esa conducta conmigo, simplemente reemplazando al victimario.
En una sociedad machista como la nuestra, es claro que las mujeres y cualquier hombre que no se identifique con la heterosexualidad son los blancos preferidos. Lamentablemente, una de las tareas de cualquier hombre que se precie es precisamente combatir en su fuero interno contra los dictámenes machistas que asimiló en su vida para no convertirse en un victimario más. Esto tampoco es imposible, más bien se trata de concebir a la mujer o a la persona transgénero (según cada caso) como otra persona esencialmente igual a mí pero que acarrea una pesada carga social, por lo cual estaremos equilibrando la situación todo el tiempo. Esto a la larga evitará perjudicar tanto a uno como a otro si ambos tenemos otra visión acerca de la relación, más colaborativa que competitiva.
Por el contrario, quienes simplemente reproducen los dictámenes sociales que les inculcaron (comenzando por su hogar) van a ser más proclives a caer en algún tipo de violencia psicológica. El enemigo número uno, como siempre, es el miedo devenido en terror. El miedo en sí mismo es un mecanismo de defensa, como una alerta de peligro, pero lamentablemente ha sido explotado desde tiempos inmemoriales para generar terror, agudizando la angustia y la desesperación, provocando atrocidades y calamidades de público conocimiento.
Cuando el miedo de otra persona es manipulado hábilmente, puede lograrse quebrar su voluntad incluso sin causar mayores sobresaltos. Esto es algo que se hace desde hace décadas con las publicidades y las propagandas. Así como pueden generar o modificar hábitos de consumo u opiniones políticas, en el ámbito de las relaciones personales permiten a una persona obtener el dominio de otra. El miedo, recordemos, está presente tanto en quien es dominado como en quien domina. De hecho, todo aquel que recurre a este grado de violencia en realidad la ha sufrido antes en carne propia, probablemente en su más tierna infancia.
Estamos nuevamente ante el origen de la reproducción de la violencia. Otra vez llegamos a un atolladero, pues en estos casos poco o nada se hace hoy por las víctimas de este tipo de violencia. Lo peor es que muchos son parejas con hijos, los cuales también inevitablemente son víctimas, indefensas. Así, lejos estamos de disminuir este flagelo, pese a todas las campañas y marchas.
Cuando decimos que se trata de una cuestión social, deberíamos recordar que la base de ésta son las relaciones y que su núcleo, aún cuando disfuncional, es la familia.
Sencillamente no podría vivir en una mentira, como de hecho veo muchos que sí lo hacen. Soy un espíritu libre y eso significa también actuar responsablemente y no recargarme con las sofisticaciones de las falsedades y las mentiras. No entiendo cómo algunas personas pueden sobrellevar semejante carga, si supieran cuánta energía le están dedicando a algo que en definitiva les hace daño y que a la larga no beneficia auténticamente a nadie.
La violencia de género, todos lo sabemos, se cobra todavía miles de víctimas debido a las agresiones físicas e incluso a los femicidios. Pero esto solo es la punta del iceberg. Además de una larga cadena de responsabilidades que está en cuestionamiento (con especial foco en el Estado, en todos sus órdenes) hay otras formas de violencia que, por ser cotidianas, hacen incluso más mella en la integridad de las personas. Me refiero a la violencia psicológica, como le han dado en llamar, y es precisamente por eso que comencé hablando de mi propia experiencia. Al pasar los años y tomar conciencia, me he dado cuenta que en algunas ocasiones incluso he caído en esta vil práctica de degradación, al calor de alguna situación conflictiva. Por tratarse de frases, de caer en lugares comunes, no me fue tan difícil cambiar mi actitud, la docencia realmente me ha obligado a mejorar mi conducta en general y estaré eternamente agradecido por ello.
El problema no estriba aquí en un simple maltrato verbal (que de hecho, ya sería un acto de violencia) sino en una conducta que sistemática y persistentemente manipula, ridiculiza, degrada, aterroriza, domina. Por supuesto que para lograr esto va a recibir señales de la otra parte, esto no es algo universal o aplicable a cualquiera pues sino sencillamente se trataría de violencia. Quien ejerce la violencia psicológica debe sentirse seguro, para eso busca la víctima que encaje en sus necesidades. Por eso comenté al principio el tema del aprovechamiento, esto sucede porque esa persona ya lo ha vivido y repite esa conducta conmigo, simplemente reemplazando al victimario.
En una sociedad machista como la nuestra, es claro que las mujeres y cualquier hombre que no se identifique con la heterosexualidad son los blancos preferidos. Lamentablemente, una de las tareas de cualquier hombre que se precie es precisamente combatir en su fuero interno contra los dictámenes machistas que asimiló en su vida para no convertirse en un victimario más. Esto tampoco es imposible, más bien se trata de concebir a la mujer o a la persona transgénero (según cada caso) como otra persona esencialmente igual a mí pero que acarrea una pesada carga social, por lo cual estaremos equilibrando la situación todo el tiempo. Esto a la larga evitará perjudicar tanto a uno como a otro si ambos tenemos otra visión acerca de la relación, más colaborativa que competitiva.
Por el contrario, quienes simplemente reproducen los dictámenes sociales que les inculcaron (comenzando por su hogar) van a ser más proclives a caer en algún tipo de violencia psicológica. El enemigo número uno, como siempre, es el miedo devenido en terror. El miedo en sí mismo es un mecanismo de defensa, como una alerta de peligro, pero lamentablemente ha sido explotado desde tiempos inmemoriales para generar terror, agudizando la angustia y la desesperación, provocando atrocidades y calamidades de público conocimiento.
Cuando el miedo de otra persona es manipulado hábilmente, puede lograrse quebrar su voluntad incluso sin causar mayores sobresaltos. Esto es algo que se hace desde hace décadas con las publicidades y las propagandas. Así como pueden generar o modificar hábitos de consumo u opiniones políticas, en el ámbito de las relaciones personales permiten a una persona obtener el dominio de otra. El miedo, recordemos, está presente tanto en quien es dominado como en quien domina. De hecho, todo aquel que recurre a este grado de violencia en realidad la ha sufrido antes en carne propia, probablemente en su más tierna infancia.
Estamos nuevamente ante el origen de la reproducción de la violencia. Otra vez llegamos a un atolladero, pues en estos casos poco o nada se hace hoy por las víctimas de este tipo de violencia. Lo peor es que muchos son parejas con hijos, los cuales también inevitablemente son víctimas, indefensas. Así, lejos estamos de disminuir este flagelo, pese a todas las campañas y marchas.
Cuando decimos que se trata de una cuestión social, deberíamos recordar que la base de ésta son las relaciones y que su núcleo, aún cuando disfuncional, es la familia.
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