En este video, Augusto Bircher trata varios temas relacionados con el aprendizaje, los maestros, mencionando el concepto de gente tóxica y de paz, sobre los cuales voy a escribir en lo que sigue, con lo cual recomiendo ver primero el video de Agus.
Lo primero que quiero decir es que me parece muy buena la intención pero también veo una confusión en el concepto de maestro y de alumno o aprendiz. Todo verdadero maestro es un buen aprendiz y nunca deja de serlo. Esto te muestra de arranque que no cualquiera es un maestro, que se necesita un gran trabajo, un gran esfuerzo para serlo. El aprendizaje es un acto individual que requiere de nuestra reflexión, nuestra participación en lo que vamos a aprender, es un proceso que sabemos cuándo y dónde comienza pero no cuando termina. Esto lo digo porque soy profe y también por tantos años de ser alumno. Nosotros no aprendemos de otro sino que realizamos un proceso con lo que esa otra persona nos enseña. El verdadero protagonista del aprendizaje es el aprendiz, alumno, estudiante, según en que ámbito prefieras hablar. Esto está relacionado con la idea de no imponer ideas o hábitos a los demás a los que Augusto se refiere en otro video, es así justamente porque es el otro el que tendrá que realizar el proceso.
Sobre la gente tóxica, creo que es como hablar de las brujas. El mundo actual está demostrando y desnudando las falencias y las miserias de la civilización humana. No es que seamos peores ahora, al contrario, hoy las podemos manifestar, las podemos poner sobre el tapete. Es una época, desde este punto de vista, maravillosa. Claro, cuando vemos lo que queda sobre el tapete nos asqueamos con tanta mierda junta, pero debemos tener en claro que es lo que acumulamos a lo largo de toda nuestra historia como especie. Por eso no me presiono sobre las miserias propias, especialmente cuando me tomo el trabajo (que la mayoría no) de trabajar sobre ellas. Las acepto, son parte de mí, aunque también podrían no serlo. Ese es mi desafío. También me conecta a los demás, porque soy tan humano como ellos. Sí me permito decir que hay mejores y peores, porque tengo valores y porque no me da todo lo mismo, ahora debo tener en claro que es una apreciación mía y no la verdad, es un juicio de valor que emitimos no solamente sobre los demás sino también y quizás más importante, sobre nosotros mismos. Hay mejores o peores versiones de mí mismo, el poder apreciar esto me ayuda a mejorar. Mi mirada dista mucho de ser muy pacífica, pero si aplico una regla de oro: no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a tí. Trato de no joder a nadie y no me gusta que me jodan. Cuando alguien lo hace, se lo reprocho. Hoy por ejemplo iba llegando en mi bicicleta a un semáforo en rojo por una calle doble mano, viene un auto en la mano contraria y un remisero que venía detrás mío y me quiere pasar me tira el auto encima. Mi primera reacción es defenderme y ponerle el pie sobre el capó. E inmediatamente recordarle que por ganar dos segundos casi me tira a la mierda. Mirá el quilombo en que te metés por nada, ese es el mensaje. No es la primera vez que me pasa, pero hay más personas que se manejan así por la vida. Esas personas están tan desconectadas que solamente reaccionan ante algo como lo que hice yo, sino incluso les pasa desapercibido. Han normalizado la violencia. En su frenesí, en su locura cotidiana ni perciben que se llevan literalmente al mundo por delante. Necesitan un sacudón, algo que los vuelva en sí. El mensaje de paz y amor, al igual que una demostración de odio, les resbala. Pero si les tocas algo que valoren, inmediatamente reaccionan. Huelga decir que esto se puede aplicar en cualquier ámbito, es parte de nuestra cotidianeidad. Ahora bien, también puedo asegurar que el remisero no me enseñó nada. Porque, como dije, esto lo vengo sufriendo desde hace tiempo y por lo tanto lo vengo trabajando y lo que hice es llevar a cabo mi plan de acción, por llamarlo de alguna manera, frente a la aparición de esa situación. Otra persona tranquilamente puede simplemente reaccionar impulsivamente cada vez sin cuestionarse nada. Entonces el verdadero trabajo lo tengo que hacer yo para poder aprender. No hay en el otro siquiera la intención de mostrarme nada, es claro que tildarlo de maestro es un insulto incluso para quienes intentamos, sin siquiera detentar ese título, llevar adelante la afanosa tarea de enseñar y tratar que otra persona pueda llegar a aprender algo.
Por último, disiento también en el concepto de paz. No porque no crea en la paz o en su importancia, sino porque sucede algo similar a otras palabras como amor o libertad, se repiten tantas veces y en circunstancias tan disímiles que terminan bastardeándose, incluso a pesar de las mejores intenciones. ¿De qué paz hablamos? Si entendemos por paz la ausencia de conflicto, pues negamos sencillamente un aspecto maravilloso de nuestra vida. Si a algo se le pudiera poner el título de maestro es precisamente al conflicto, pues es a partir de ellos que se nos presenta el desafío de aprender algo nuevo, de tener una mirada diferente sobre un aspecto o una situación. Si nos referimos a la paz interior, puedo comprenderlo pero sigue haciéndome ruido. Porque si en mi interior declaro la paz, me acepto tal cual soy y me detengo allí me declaro mediocre, cierro toda posibilidad de crecimiento. Quizás te puedas referir a una manera de actuar, una actitud pacífica, más relajada. En general es un estado hasta necesario, pero te lo comparo con algo tan simple como la actividad física. El descanso, el estar relajado y con energía, perseverante (para no caer en positivismos) sin dudas es clave para el desarrollo, pero con eso solo no alcanza: también necesitás pasar por momentos de tensión, debes ejercitarte para progresar. La clave está en los límites: si me paso de tensión, de esfuerzo, puedo lesionarme; si me relajo demasiado me achancho. Lo mismo se aplica en cuanto a tus actitudes y tu comportamiento, pues somos seres integrales. Creo en la importancia de la autodisciplina y el autocontrol pues nos ayudan a regularnos en la medida de lo posible, pero tengo presente nuestros impulsos más básicos como el instinto de supervivencia o la intuición. La negación de toda acción que consideramos agresiva, la negación misma de la agresividad no la anula mágicamente, por fortuna. La agresividad, de hecho, es un valor necesario para enfrentar los desafíos de la vida, pero se ve desvirtuado (como tantos otros) ante la ausencia de límites. Es lo que vemos a diario, la degeneración de la agresividad en violencia, la degeneración de la competencia también en violencia. La violencia aparece ante la ausencia de límites por parte del violento. No es la causa, pero sí una condición necesaria, pues si tuviera límites no llegaría a tal extremo, salvo como equivocación.
Creo que hay muchos valores que deberíamos revisitar, replantearlos en el contexto actual, reflexionar sobre ellos y cómo inciden en nosotros. Respeto mucho la vieja sabiduría oriental que no separaba moralmente en bueno o malo, no caía tan fácilmente en maniqueísmos. Que aceptaba como natural todas las fuerzas del ser humano, desde sus impulsos más elementales, los sexuales hasta los que consideraba más elevados. Que no nos escindía en cuerpo, alma, espíritu sino que tenía una visión integral e integradora, pues nos consideraba parte de un todo (lo que hoy llamamos enfoque sistémico) y que bregaba por la constante autosuperación. Donde los más sabios eran considerados maestros y sus aprendices se preparaban no solo para aprender sino para superarlos. Hoy estamos inmersos en un mundo extremadamente complejo, que a su vez se vuelve cada vez más complejo, a partir de las cosas que creamos a lo largo de la historia. Hoy las cosas nos dominan, por así decirlo, pues necesitamos cada vez más preparación para poder utilizarlas. De la misma manera, complicamos todo lo relacionado a nuestra vida con más cosas hasta para relacionarnos, hasta para comer. El plantearse un cambio de paradigma donde simplifiquemos nuestra vida le resulta chocante al resto que se ve enredado en la sofisticación que propone este sistema, este modelo de civilización. Mostramos que aún se puede vivir de otra manera, y eso le da un impacto tal a las personas que les genera inmediato rechazo, es mucho cambio de golpe, un auténtico mazazo. Por eso no creo que debamos hablar de gente tóxica sino más bien de personas intoxicadas en todos los sentidos que admita la palabra. De esta manera también nos vemos incluidos, aunque fuera en menor medida, es una visión más justa y creo que más realista. Todo lo que nos lleve a no hacernos cargo de lo que nos corresponde nos perjudica a todos y este ejemplo que mencionas no es la excepción. Stamateas no le hace ningún bien a la persona diciéndole que el problema pasa por ser tóxico o no. Pero el actúa aplicando la misma lógica de la medicina moderna, hay que demonizar a algún enemigo a quien combatir, en este caso en vez de los virus, bacterias u hongos es la conducta tóxica. Es la salida fácil, alejarse de lo tóxico, como alejarse de quien está enfermo para no contagiarse (hablando sobre esto, estuve con varias personas engripadas y sigo mejor que nunca) en vez de buscar el origen de esto, las verdaderas causas. No creo tampoco que sea necesario rodearse de personas con estos problemas como para aprender, lo más probable es que terminemos con problemas también nosotros, pero sí es importante decir que debemos poder relacionarnos con cualquier persona y de ser necesario, marcarle límites. Si no los respeta, si no nos respeta, no hay más nada que hacer allí, pero al menos agotamos las posibilidades, les damos la chance como nos merecemos todos. Esa idea de cerrarse directamente a "cierta gente" es totalmente sectario, es irresponsable y a la larga es violento, pues estigmatiza a los señalados como tóxicos. Debería darle vergüenza a una persona supuestamente capacitada sacar libros con esta propuesta, es realmente lamentable la aceptación que tiene en la sociedad.
En definitiva, aceptar nuestras limitaciones y hacernos cargo de quiénes somos, de los que nos toca y trabajar en ello es lo que nos lleva a crecer.
Lo primero que quiero decir es que me parece muy buena la intención pero también veo una confusión en el concepto de maestro y de alumno o aprendiz. Todo verdadero maestro es un buen aprendiz y nunca deja de serlo. Esto te muestra de arranque que no cualquiera es un maestro, que se necesita un gran trabajo, un gran esfuerzo para serlo. El aprendizaje es un acto individual que requiere de nuestra reflexión, nuestra participación en lo que vamos a aprender, es un proceso que sabemos cuándo y dónde comienza pero no cuando termina. Esto lo digo porque soy profe y también por tantos años de ser alumno. Nosotros no aprendemos de otro sino que realizamos un proceso con lo que esa otra persona nos enseña. El verdadero protagonista del aprendizaje es el aprendiz, alumno, estudiante, según en que ámbito prefieras hablar. Esto está relacionado con la idea de no imponer ideas o hábitos a los demás a los que Augusto se refiere en otro video, es así justamente porque es el otro el que tendrá que realizar el proceso.
Sobre la gente tóxica, creo que es como hablar de las brujas. El mundo actual está demostrando y desnudando las falencias y las miserias de la civilización humana. No es que seamos peores ahora, al contrario, hoy las podemos manifestar, las podemos poner sobre el tapete. Es una época, desde este punto de vista, maravillosa. Claro, cuando vemos lo que queda sobre el tapete nos asqueamos con tanta mierda junta, pero debemos tener en claro que es lo que acumulamos a lo largo de toda nuestra historia como especie. Por eso no me presiono sobre las miserias propias, especialmente cuando me tomo el trabajo (que la mayoría no) de trabajar sobre ellas. Las acepto, son parte de mí, aunque también podrían no serlo. Ese es mi desafío. También me conecta a los demás, porque soy tan humano como ellos. Sí me permito decir que hay mejores y peores, porque tengo valores y porque no me da todo lo mismo, ahora debo tener en claro que es una apreciación mía y no la verdad, es un juicio de valor que emitimos no solamente sobre los demás sino también y quizás más importante, sobre nosotros mismos. Hay mejores o peores versiones de mí mismo, el poder apreciar esto me ayuda a mejorar. Mi mirada dista mucho de ser muy pacífica, pero si aplico una regla de oro: no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a tí. Trato de no joder a nadie y no me gusta que me jodan. Cuando alguien lo hace, se lo reprocho. Hoy por ejemplo iba llegando en mi bicicleta a un semáforo en rojo por una calle doble mano, viene un auto en la mano contraria y un remisero que venía detrás mío y me quiere pasar me tira el auto encima. Mi primera reacción es defenderme y ponerle el pie sobre el capó. E inmediatamente recordarle que por ganar dos segundos casi me tira a la mierda. Mirá el quilombo en que te metés por nada, ese es el mensaje. No es la primera vez que me pasa, pero hay más personas que se manejan así por la vida. Esas personas están tan desconectadas que solamente reaccionan ante algo como lo que hice yo, sino incluso les pasa desapercibido. Han normalizado la violencia. En su frenesí, en su locura cotidiana ni perciben que se llevan literalmente al mundo por delante. Necesitan un sacudón, algo que los vuelva en sí. El mensaje de paz y amor, al igual que una demostración de odio, les resbala. Pero si les tocas algo que valoren, inmediatamente reaccionan. Huelga decir que esto se puede aplicar en cualquier ámbito, es parte de nuestra cotidianeidad. Ahora bien, también puedo asegurar que el remisero no me enseñó nada. Porque, como dije, esto lo vengo sufriendo desde hace tiempo y por lo tanto lo vengo trabajando y lo que hice es llevar a cabo mi plan de acción, por llamarlo de alguna manera, frente a la aparición de esa situación. Otra persona tranquilamente puede simplemente reaccionar impulsivamente cada vez sin cuestionarse nada. Entonces el verdadero trabajo lo tengo que hacer yo para poder aprender. No hay en el otro siquiera la intención de mostrarme nada, es claro que tildarlo de maestro es un insulto incluso para quienes intentamos, sin siquiera detentar ese título, llevar adelante la afanosa tarea de enseñar y tratar que otra persona pueda llegar a aprender algo.
Por último, disiento también en el concepto de paz. No porque no crea en la paz o en su importancia, sino porque sucede algo similar a otras palabras como amor o libertad, se repiten tantas veces y en circunstancias tan disímiles que terminan bastardeándose, incluso a pesar de las mejores intenciones. ¿De qué paz hablamos? Si entendemos por paz la ausencia de conflicto, pues negamos sencillamente un aspecto maravilloso de nuestra vida. Si a algo se le pudiera poner el título de maestro es precisamente al conflicto, pues es a partir de ellos que se nos presenta el desafío de aprender algo nuevo, de tener una mirada diferente sobre un aspecto o una situación. Si nos referimos a la paz interior, puedo comprenderlo pero sigue haciéndome ruido. Porque si en mi interior declaro la paz, me acepto tal cual soy y me detengo allí me declaro mediocre, cierro toda posibilidad de crecimiento. Quizás te puedas referir a una manera de actuar, una actitud pacífica, más relajada. En general es un estado hasta necesario, pero te lo comparo con algo tan simple como la actividad física. El descanso, el estar relajado y con energía, perseverante (para no caer en positivismos) sin dudas es clave para el desarrollo, pero con eso solo no alcanza: también necesitás pasar por momentos de tensión, debes ejercitarte para progresar. La clave está en los límites: si me paso de tensión, de esfuerzo, puedo lesionarme; si me relajo demasiado me achancho. Lo mismo se aplica en cuanto a tus actitudes y tu comportamiento, pues somos seres integrales. Creo en la importancia de la autodisciplina y el autocontrol pues nos ayudan a regularnos en la medida de lo posible, pero tengo presente nuestros impulsos más básicos como el instinto de supervivencia o la intuición. La negación de toda acción que consideramos agresiva, la negación misma de la agresividad no la anula mágicamente, por fortuna. La agresividad, de hecho, es un valor necesario para enfrentar los desafíos de la vida, pero se ve desvirtuado (como tantos otros) ante la ausencia de límites. Es lo que vemos a diario, la degeneración de la agresividad en violencia, la degeneración de la competencia también en violencia. La violencia aparece ante la ausencia de límites por parte del violento. No es la causa, pero sí una condición necesaria, pues si tuviera límites no llegaría a tal extremo, salvo como equivocación.
Creo que hay muchos valores que deberíamos revisitar, replantearlos en el contexto actual, reflexionar sobre ellos y cómo inciden en nosotros. Respeto mucho la vieja sabiduría oriental que no separaba moralmente en bueno o malo, no caía tan fácilmente en maniqueísmos. Que aceptaba como natural todas las fuerzas del ser humano, desde sus impulsos más elementales, los sexuales hasta los que consideraba más elevados. Que no nos escindía en cuerpo, alma, espíritu sino que tenía una visión integral e integradora, pues nos consideraba parte de un todo (lo que hoy llamamos enfoque sistémico) y que bregaba por la constante autosuperación. Donde los más sabios eran considerados maestros y sus aprendices se preparaban no solo para aprender sino para superarlos. Hoy estamos inmersos en un mundo extremadamente complejo, que a su vez se vuelve cada vez más complejo, a partir de las cosas que creamos a lo largo de la historia. Hoy las cosas nos dominan, por así decirlo, pues necesitamos cada vez más preparación para poder utilizarlas. De la misma manera, complicamos todo lo relacionado a nuestra vida con más cosas hasta para relacionarnos, hasta para comer. El plantearse un cambio de paradigma donde simplifiquemos nuestra vida le resulta chocante al resto que se ve enredado en la sofisticación que propone este sistema, este modelo de civilización. Mostramos que aún se puede vivir de otra manera, y eso le da un impacto tal a las personas que les genera inmediato rechazo, es mucho cambio de golpe, un auténtico mazazo. Por eso no creo que debamos hablar de gente tóxica sino más bien de personas intoxicadas en todos los sentidos que admita la palabra. De esta manera también nos vemos incluidos, aunque fuera en menor medida, es una visión más justa y creo que más realista. Todo lo que nos lleve a no hacernos cargo de lo que nos corresponde nos perjudica a todos y este ejemplo que mencionas no es la excepción. Stamateas no le hace ningún bien a la persona diciéndole que el problema pasa por ser tóxico o no. Pero el actúa aplicando la misma lógica de la medicina moderna, hay que demonizar a algún enemigo a quien combatir, en este caso en vez de los virus, bacterias u hongos es la conducta tóxica. Es la salida fácil, alejarse de lo tóxico, como alejarse de quien está enfermo para no contagiarse (hablando sobre esto, estuve con varias personas engripadas y sigo mejor que nunca) en vez de buscar el origen de esto, las verdaderas causas. No creo tampoco que sea necesario rodearse de personas con estos problemas como para aprender, lo más probable es que terminemos con problemas también nosotros, pero sí es importante decir que debemos poder relacionarnos con cualquier persona y de ser necesario, marcarle límites. Si no los respeta, si no nos respeta, no hay más nada que hacer allí, pero al menos agotamos las posibilidades, les damos la chance como nos merecemos todos. Esa idea de cerrarse directamente a "cierta gente" es totalmente sectario, es irresponsable y a la larga es violento, pues estigmatiza a los señalados como tóxicos. Debería darle vergüenza a una persona supuestamente capacitada sacar libros con esta propuesta, es realmente lamentable la aceptación que tiene en la sociedad.
En definitiva, aceptar nuestras limitaciones y hacernos cargo de quiénes somos, de los que nos toca y trabajar en ello es lo que nos lleva a crecer.
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