Vivimos en un mundo cada vez más tecnológico. Nuestra vida se ve cada vez más copada por la tecnología. Cada día, la ciencia nos maravilla con un nuevo descubrimiento y aparecen nuevos artefactos que prometen hacer aún más confortable nuestra vida. Con semejante soporte, inédito en nuestra historia como especie, todo parecería augurarnos un futuro de plena satisfacción y felicidad.
Sin embargo, esto dista mucho de ser real. A pesar de los continuos avances de la ciencia en medicina, aumentando cada día nuestro conocimiento sobre nuestro propio organismo, las enfermedades que padecemos, generando vacunas y fármacos, introduciendo alta tecnología en las cirugías y demás operaciones, suplementos dietarios y miles de variantes alimenticias, vemos crecer las estadísticas de personas muertas por enfermedades prevenibles como hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, ACV, decenas de tipos de cánceres. Esto por sí solo no sería un problema tan importante, ya que sabemos que en anteriores generaciones las pestes, hambrunas y las guerras diezmaban a las poblaciones, pero encontrar cada vez gente más joven padeciendo enfermedades que otrora se vinculaban mayoritariamente a personas adultas o ancianas, por un lado, y cada vez más niños padeciendo nuevos tipos de alergias, por otro, nos dan la pauta que algo no anda bien en este asunto.
Esto mismo sucede en cualquier otro ámbito: el trabajo, el ocio, la alimentación, el transporte, la vestimenta, el deporte, la política, la economía, las reuniones o eventos sociales, la familia, la educación ... incluso se palpita en la calle. No hay ámbito donde esta paradoja existencial se mantenga ausente. La tecnología es hoy el dios omnipresente en cada detalle de la vida humana y pese a sus incalculables aportes, allí donde llegó para quedarse ha ocasionado más pérdidas que ganancias. No es casual que surjan movimientos sociales que pugnen por una vuelta hacia la relación primigenia con el resto del planeta, a volver a acercarnos a la naturaleza.
Nuestra vida, en todos los órdenes, se ha tornado cada vez más artificial, y esto ha generado más angustia que felicidad, más problemas que soluciones.
¿Por qué?
Quizás la respuesta, o al menos parte de ella, esté en el mismo recorrido que hemos realizado a lo largo de nuestra existencia como especie. Estamos en una etapa donde nos hemos adentrado entusiastas por un camino que nos parecía iba a conducirnos hacia la dicha y la felicidad, pero al recorrerlo nos fascinamos y nos enganchamos al punto del fanatismo, nos dejamos de cuestionar si era la dirección correcta porque ya estábamos muy avanzados en él y hace un tiempo que empezamos a divisar, cada vez más cerca, el abismo hacia el cual nos conduce.
Si repasamos la descripción anterior cuidadosamente, veremos en ella las características de un adicto. El diagnóstico es inapelable: somos adictos a la tecnología, estamos enganchados con esta vida artificial. Y como toda adicción, estamos pagando un costo altísimo, poniendo en riesgo incluso nuestra propia existencia como especie. Hoy podemos afirmar, casi con seguridad, que el planeta seguirá existiendo sin nosotros, que la vida en el planeta tendría la oportunidad de recuperar el equilibrio que hemos quebrado a través de nuestros abusos. El asunto, entonces, no es recuperar el equilibrio con nuestro hábitat por la naturaleza sino por nosotros mismos. En alguna parte de nuestro camino nos hemos desviado peligrosamente, hemos perdido el rumbo conjunto al resto de la vida, nos hemos auto-exiliado del paraíso donde no teníamos más depredador que nuestros propios defectos.
La tecnología, por sí misma, no puede ser la causante de nuestros males, ya que depende enteramente de nosotros. Lejos está de cumplirse la profecía del terror infundido por una tecnología con dominio propio que nos desplazaba a los seres humanos. Pero es una buena muestra de lo que somos, pues es a través de estos miedos que mostramos nuestra verdadera piel. Porque aquí aparece implícita la idea del hombre dominante del planeta, sometiéndolo a sus designios, hay una clara relación de poder puesta en juego por esta concepción del mundo. La máquina aparece como la peor pesadilla porque no existe amenaza alguna de su poder por parte de ninguna otra especie del planeta, mientras que los avances científicos tecnológicos aplicados a la cibernética y a la inteligencia artificial le dan la idea de una futura máquina inteligente que cobre vida y pretenda, como su creador, dominar al mundo. Hoy, sin embargo, vemos acrecentados los argumentos contrarios a esta fantástica hipótesis a la par de pruebas cada vez más concluyentes acerca de la amenaza que suponemos para el planeta con nuestro modelo de vida.
Así que el verdadero peligro está en nosotros mismos.
Por si queda alguna duda, repasar la etimología de la palabra tecnología no da margen alguno de duda. Su origen se remonta al antiguo vocablo griego tekné que significa instrumento. Es decir, todo lo que nos sirva de medio para lograr algo. La tecnología, entonces, es un medio para conseguir lo que queremos.
Ahí encuentro una pista acerca de la paradoja tecnológica:
Si la tecnología es un medio, se interpone entre nosotros y nuestro objetivo. Si quiero recoger manzanas del árbol, puedo subirme directamente y tomarlas, o puedo utilizar un palo, una herramienta o una máquina. Como todo en la vida, obtenemos beneficios a cambio de sacrificios. Aún cuando una herramienta o una máquina pudieran lograr mejor el cometido, hay ciertas cuestiones que pierdo al utilizarlas. Primero el hecho de conseguir esa herramienta o máquina, sea si la fabrico yo (todo el esfuerzo, el tiempo y los recursos que demanda hasta conseguirlo) o si lo adquiero de otro (nuevamente, demanda recursos para obtenerlo) pero además, y no menos importante, me aleja de la experiencia real de la recolección. El esfuerzo físico, las habilidades y destrezas puestas en juego a la hora de subir al árbol, movernos a través de él, tomar los frutos, etc.
La tecnología modifica nuestra relación con el entorno reduciendo nuestra interacción con el mismo ya que oficia de intermediario.
La paradoja se torna evidente cuando analizamos las tecnologías de información y de comunicación. Vemos que a lo largo de nuestra historia desarrollamos más medios para estar cada vez más desinformados y, lo que es peor, cada vez más incomunicados. Las relaciones personales, cara a cara, que son la forma más fructífera de interacción entre seres vivos, cada vez son más escasas y cada vez más derivadas a los medios. Los medios de información, a su vez, se dedican cada vez más a espiarnos y a tratar de condicionar nuestras elecciones al punto de restringir en la práctica las opciones a las que ellos promueven. Se ha desvirtuado totalmente su rol al punto tal que no tiene sentido hablar de medios de información. Por el contrario, los nuevos medios de comunicación nos brindan cada vez más información generando un fenómeno de saturación frente al cual respondemos mediante el olvido. El olvido en realidad oficia de conducta defensiva frente al bombardeo de información al que nos sometemos constantemente, en un vano intento por mantener cierto equilibrio mínimo, alterado ya por el ritmo frenético que le imprimimos a nuestra vida cotidiana.En ese ritmo no distinguimos lo verdaderamente importante de lo accesorio, o como gusta llamarle por aquí, "ponemos en el mismo escaparate la biblia y el calefón". En este estado, ya ni siquiera podemos discutir si el fin justifica los medios, ya que éstos se lo han tragado todo.
Vivimos a través de medios.
Ahora bien ¿qué trae aparejado utilizar un medio?
Pensemos por un momento que por sufrir algún accidente o por la misma vejez tenemos la necesidad de emplear un bastón. Es indiscutible el hecho del aporte que nos brinda el bastón para poder movilizarnos, pero también es un hecho que tenemos una dependencia hacia él. En la medida que esta relación sea razonable tendrá un sentido positivo el uso del bastón. Por ejemplo, me ayudará en las primeras semanas de convalescencia hasta ir tomando fuerza al realizar la rehabilitación. Ahora, si no me esfuerzo por salir de su dependencia, acabaré necesitándolo cada vez más. Esto le sucede a muchas personas mayores que no tienen el suficiente estímulo propio para valerse por sí mismos, aún cuando todavía tienen posibilidades. Pero esta situación se torna aún más clara cuando pensamos en un bebé que intente dar sus primeros pasos. Cuando logra estabilizarse de pie, intenta caminar apoyándose en algún mueble que encuentre en su paso e incluso en nosotros mismos. Pero al tomar fuerza y adquirir paulatinamente la habilidad motora, tratará de hacerlo por sus propios medios.
Un medio, entonces, trae aparejada una relación de dependencia.
¿En qué inciden esas relaciones de dependencia?
La dependencia está íntimamente relacionada con el poder. Así como nos gusta decir que la libertad tiene como contracara a la responsabilidad, podemos decir que la dependencia es la contracara del poder.
En los ejemplos anteriores, muy simples pero ilustrativos, podemos observar claramente cómo se ponen en juego relaciones de poder: el poder de caminar por los propios medios se contrapone a la dependencia de un medio externo para hacerlo, como el bastón u otro objeto o sujeto en quien apoyarse.
Paradójicamente, el ser humano se ha declarado el dominador de la naturaleza subyugándola a sus designios a la vez que muestra su total dependencia tecnológica, la cual supo ser su aliada en la conquista de la naturaleza.
Esta visión tan escindida entre los seres humanos y la naturaleza es la que más daño ha causado en el planeta y en nosotros mismos.
Es hora de revisar estas cuestiones con la seriedad y la profundidad que se merecen, no sólo como una cuestión teórica sino también de llevarlo a la práctica. Soy partícipe de este cambio y hasta ahora me ha supuesto nuevos desafíos que antes podían parecerme insuperables, sin embargo hoy son una realidad que me llena de dicha, de ganas de vivir, en definitiva, de felicidad.
La cuestión es si estamos dispuestos a cambiar como sociedad, superar esta dependencia crónica y reencontrarnos con nuestra verdadera esencia al reconciliarnos con la naturaleza.
Sin embargo, esto dista mucho de ser real. A pesar de los continuos avances de la ciencia en medicina, aumentando cada día nuestro conocimiento sobre nuestro propio organismo, las enfermedades que padecemos, generando vacunas y fármacos, introduciendo alta tecnología en las cirugías y demás operaciones, suplementos dietarios y miles de variantes alimenticias, vemos crecer las estadísticas de personas muertas por enfermedades prevenibles como hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, ACV, decenas de tipos de cánceres. Esto por sí solo no sería un problema tan importante, ya que sabemos que en anteriores generaciones las pestes, hambrunas y las guerras diezmaban a las poblaciones, pero encontrar cada vez gente más joven padeciendo enfermedades que otrora se vinculaban mayoritariamente a personas adultas o ancianas, por un lado, y cada vez más niños padeciendo nuevos tipos de alergias, por otro, nos dan la pauta que algo no anda bien en este asunto.
Esto mismo sucede en cualquier otro ámbito: el trabajo, el ocio, la alimentación, el transporte, la vestimenta, el deporte, la política, la economía, las reuniones o eventos sociales, la familia, la educación ... incluso se palpita en la calle. No hay ámbito donde esta paradoja existencial se mantenga ausente. La tecnología es hoy el dios omnipresente en cada detalle de la vida humana y pese a sus incalculables aportes, allí donde llegó para quedarse ha ocasionado más pérdidas que ganancias. No es casual que surjan movimientos sociales que pugnen por una vuelta hacia la relación primigenia con el resto del planeta, a volver a acercarnos a la naturaleza.
Nuestra vida, en todos los órdenes, se ha tornado cada vez más artificial, y esto ha generado más angustia que felicidad, más problemas que soluciones.
¿Por qué?
Quizás la respuesta, o al menos parte de ella, esté en el mismo recorrido que hemos realizado a lo largo de nuestra existencia como especie. Estamos en una etapa donde nos hemos adentrado entusiastas por un camino que nos parecía iba a conducirnos hacia la dicha y la felicidad, pero al recorrerlo nos fascinamos y nos enganchamos al punto del fanatismo, nos dejamos de cuestionar si era la dirección correcta porque ya estábamos muy avanzados en él y hace un tiempo que empezamos a divisar, cada vez más cerca, el abismo hacia el cual nos conduce.
Si repasamos la descripción anterior cuidadosamente, veremos en ella las características de un adicto. El diagnóstico es inapelable: somos adictos a la tecnología, estamos enganchados con esta vida artificial. Y como toda adicción, estamos pagando un costo altísimo, poniendo en riesgo incluso nuestra propia existencia como especie. Hoy podemos afirmar, casi con seguridad, que el planeta seguirá existiendo sin nosotros, que la vida en el planeta tendría la oportunidad de recuperar el equilibrio que hemos quebrado a través de nuestros abusos. El asunto, entonces, no es recuperar el equilibrio con nuestro hábitat por la naturaleza sino por nosotros mismos. En alguna parte de nuestro camino nos hemos desviado peligrosamente, hemos perdido el rumbo conjunto al resto de la vida, nos hemos auto-exiliado del paraíso donde no teníamos más depredador que nuestros propios defectos.
La tecnología, por sí misma, no puede ser la causante de nuestros males, ya que depende enteramente de nosotros. Lejos está de cumplirse la profecía del terror infundido por una tecnología con dominio propio que nos desplazaba a los seres humanos. Pero es una buena muestra de lo que somos, pues es a través de estos miedos que mostramos nuestra verdadera piel. Porque aquí aparece implícita la idea del hombre dominante del planeta, sometiéndolo a sus designios, hay una clara relación de poder puesta en juego por esta concepción del mundo. La máquina aparece como la peor pesadilla porque no existe amenaza alguna de su poder por parte de ninguna otra especie del planeta, mientras que los avances científicos tecnológicos aplicados a la cibernética y a la inteligencia artificial le dan la idea de una futura máquina inteligente que cobre vida y pretenda, como su creador, dominar al mundo. Hoy, sin embargo, vemos acrecentados los argumentos contrarios a esta fantástica hipótesis a la par de pruebas cada vez más concluyentes acerca de la amenaza que suponemos para el planeta con nuestro modelo de vida.
Así que el verdadero peligro está en nosotros mismos.
Por si queda alguna duda, repasar la etimología de la palabra tecnología no da margen alguno de duda. Su origen se remonta al antiguo vocablo griego tekné que significa instrumento. Es decir, todo lo que nos sirva de medio para lograr algo. La tecnología, entonces, es un medio para conseguir lo que queremos.
Ahí encuentro una pista acerca de la paradoja tecnológica:
Si la tecnología es un medio, se interpone entre nosotros y nuestro objetivo. Si quiero recoger manzanas del árbol, puedo subirme directamente y tomarlas, o puedo utilizar un palo, una herramienta o una máquina. Como todo en la vida, obtenemos beneficios a cambio de sacrificios. Aún cuando una herramienta o una máquina pudieran lograr mejor el cometido, hay ciertas cuestiones que pierdo al utilizarlas. Primero el hecho de conseguir esa herramienta o máquina, sea si la fabrico yo (todo el esfuerzo, el tiempo y los recursos que demanda hasta conseguirlo) o si lo adquiero de otro (nuevamente, demanda recursos para obtenerlo) pero además, y no menos importante, me aleja de la experiencia real de la recolección. El esfuerzo físico, las habilidades y destrezas puestas en juego a la hora de subir al árbol, movernos a través de él, tomar los frutos, etc.
La tecnología modifica nuestra relación con el entorno reduciendo nuestra interacción con el mismo ya que oficia de intermediario.
La paradoja se torna evidente cuando analizamos las tecnologías de información y de comunicación. Vemos que a lo largo de nuestra historia desarrollamos más medios para estar cada vez más desinformados y, lo que es peor, cada vez más incomunicados. Las relaciones personales, cara a cara, que son la forma más fructífera de interacción entre seres vivos, cada vez son más escasas y cada vez más derivadas a los medios. Los medios de información, a su vez, se dedican cada vez más a espiarnos y a tratar de condicionar nuestras elecciones al punto de restringir en la práctica las opciones a las que ellos promueven. Se ha desvirtuado totalmente su rol al punto tal que no tiene sentido hablar de medios de información. Por el contrario, los nuevos medios de comunicación nos brindan cada vez más información generando un fenómeno de saturación frente al cual respondemos mediante el olvido. El olvido en realidad oficia de conducta defensiva frente al bombardeo de información al que nos sometemos constantemente, en un vano intento por mantener cierto equilibrio mínimo, alterado ya por el ritmo frenético que le imprimimos a nuestra vida cotidiana.En ese ritmo no distinguimos lo verdaderamente importante de lo accesorio, o como gusta llamarle por aquí, "ponemos en el mismo escaparate la biblia y el calefón". En este estado, ya ni siquiera podemos discutir si el fin justifica los medios, ya que éstos se lo han tragado todo.
Vivimos a través de medios.
Ahora bien ¿qué trae aparejado utilizar un medio?
Pensemos por un momento que por sufrir algún accidente o por la misma vejez tenemos la necesidad de emplear un bastón. Es indiscutible el hecho del aporte que nos brinda el bastón para poder movilizarnos, pero también es un hecho que tenemos una dependencia hacia él. En la medida que esta relación sea razonable tendrá un sentido positivo el uso del bastón. Por ejemplo, me ayudará en las primeras semanas de convalescencia hasta ir tomando fuerza al realizar la rehabilitación. Ahora, si no me esfuerzo por salir de su dependencia, acabaré necesitándolo cada vez más. Esto le sucede a muchas personas mayores que no tienen el suficiente estímulo propio para valerse por sí mismos, aún cuando todavía tienen posibilidades. Pero esta situación se torna aún más clara cuando pensamos en un bebé que intente dar sus primeros pasos. Cuando logra estabilizarse de pie, intenta caminar apoyándose en algún mueble que encuentre en su paso e incluso en nosotros mismos. Pero al tomar fuerza y adquirir paulatinamente la habilidad motora, tratará de hacerlo por sus propios medios.
Un medio, entonces, trae aparejada una relación de dependencia.
¿En qué inciden esas relaciones de dependencia?
La dependencia está íntimamente relacionada con el poder. Así como nos gusta decir que la libertad tiene como contracara a la responsabilidad, podemos decir que la dependencia es la contracara del poder.
En los ejemplos anteriores, muy simples pero ilustrativos, podemos observar claramente cómo se ponen en juego relaciones de poder: el poder de caminar por los propios medios se contrapone a la dependencia de un medio externo para hacerlo, como el bastón u otro objeto o sujeto en quien apoyarse.
Paradójicamente, el ser humano se ha declarado el dominador de la naturaleza subyugándola a sus designios a la vez que muestra su total dependencia tecnológica, la cual supo ser su aliada en la conquista de la naturaleza.
Esta visión tan escindida entre los seres humanos y la naturaleza es la que más daño ha causado en el planeta y en nosotros mismos.
Es hora de revisar estas cuestiones con la seriedad y la profundidad que se merecen, no sólo como una cuestión teórica sino también de llevarlo a la práctica. Soy partícipe de este cambio y hasta ahora me ha supuesto nuevos desafíos que antes podían parecerme insuperables, sin embargo hoy son una realidad que me llena de dicha, de ganas de vivir, en definitiva, de felicidad.
La cuestión es si estamos dispuestos a cambiar como sociedad, superar esta dependencia crónica y reencontrarnos con nuestra verdadera esencia al reconciliarnos con la naturaleza.
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