Otro de los conceptos que generan problemas innecesarios en nuestra vida es el de la pobreza.
En nuestra cultura occidental heredada hay una fuerte fijación del concepto clerical, donde se lo vincula a la escasa posesión de bienes materiales (ver la figura de Francisco de Loyola como ejemplo, citada por el papa) y donde se la establece como requisito para "entrar al reino de los cielos". Paralelamente, como bien lo dijera Diego Maradona, el Vaticano es un símbolo del apego a lo material, al punto que "con todo el oro que hay en él se podría alimentar a los niños africanos que mueren de hambre". Este doble discurso, tan propio de las religiones dominantes de nuestra cultura (incluyendo las demás variantes cristianas, o incluso el judaísmo o el islamismo) encuentra soporte en el dictamen del sistema capitalista imperante, en el cual el consumo es la base del sostenimiento de la economía y por lo tanto es vital mantener el desenfreno de la adquisición de bienes materiales.
Entonces, según nuestra cultura, una persona es más pobre cuanto menos posee.
Sin embargo, esto está tan lejos de la verdad.
Si logramos ver que el núcleo central de la humanidad está basada en el poder y que el mundo que hemos creado gira en torno de él, entonces será fácil deducir que cuanto más poder, más valor se obtiene. Entonces, la cuestión se reduce a determinar cómo se obtiene ese poder, más aún, de qué hablamos cuando hablamos de poder.
El punto está en que el poder es un potencial, es decir, lo que PODRÍA SER, pero se considera como lo posible, lo que PUEDE SER.
El ardid en el cual se apoyan para subvertir la cuestión del poder es tan sutil como evidente. Es también una parábola de cómo el hombre se volvió más poderoso siendo cada vez más débil.
Imaginemos un niño que, viendo que él no puede caminar, nos ordenara no hacerlo a quienes podemos para no verse superado. Así, el más débil (en el sentido de potencia) se convierte en el más poderoso (en el sentido de posibilidad) acarreando como consecuencia un retroceso en todo el grupo (ya que nadie podría caminar pudiéndolo hacer) que inmediatamente desencadenaría otro sinnúmero de problemas.
Algo parecido es lo que nos ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Hemos aprendido a dominar al resto de los seres, a la naturaleza toda hasta cierta medida e incluso hemos desarrollado un potencial destructivo que podría acabar con toda la vida del planeta entero. Nuestra vida es por lejos la más sofisticada que haya existido en el planeta, y solamente será superada al menos por la próxima generación. Sin embargo, sabemos que esto no va a durar mucho más, porque estamos acabando con los recursos para seguir esta escala ascendente en el progreso tecnológico.
"La tecnología avanza pero el hombre no, es siempre el mismo. [..] El tiempo pasa, nos vamos volviendo tecnos ..." advierte Luca Prodan, parodiando la letra de "años" de Pablo Milanés.
Pero no es el mismo. No. No sólo no es el mismo, sino que como el niño del ejemplo, se va sintiendo cada vez más indefenso frente a su propia creación, la cual -como si de la caja de Pandora se tratase- no hace más que agregarle problemas a su ya problemática existencia.
Viéndonos así, tan indefensos, si llegamos a generar una empatía tal que nos conmueva, podríamos proferir la fatal frase: "pobre..." justamente en su verdadero significado.
Entonces, ¿quiénes son los pobres?
¿acaso son aquellos que se contentan con lo mínimo indispensable para vivir?
¿o son aquellos que cada día necesitan más y más, acumulando objetos, acumulando poder, acumulando seres a su alrededor?
En nuestro afortunado idioma existe una palabra para los primeros: humildad. Siglos de tergiversación igualaron esta palabra con su opuesto: pobreza.
Creo que ya se habrán dado cuenta con quiénes asociamos esta última.
En nuestra cultura occidental heredada hay una fuerte fijación del concepto clerical, donde se lo vincula a la escasa posesión de bienes materiales (ver la figura de Francisco de Loyola como ejemplo, citada por el papa) y donde se la establece como requisito para "entrar al reino de los cielos". Paralelamente, como bien lo dijera Diego Maradona, el Vaticano es un símbolo del apego a lo material, al punto que "con todo el oro que hay en él se podría alimentar a los niños africanos que mueren de hambre". Este doble discurso, tan propio de las religiones dominantes de nuestra cultura (incluyendo las demás variantes cristianas, o incluso el judaísmo o el islamismo) encuentra soporte en el dictamen del sistema capitalista imperante, en el cual el consumo es la base del sostenimiento de la economía y por lo tanto es vital mantener el desenfreno de la adquisición de bienes materiales.
Entonces, según nuestra cultura, una persona es más pobre cuanto menos posee.
Sin embargo, esto está tan lejos de la verdad.
Si logramos ver que el núcleo central de la humanidad está basada en el poder y que el mundo que hemos creado gira en torno de él, entonces será fácil deducir que cuanto más poder, más valor se obtiene. Entonces, la cuestión se reduce a determinar cómo se obtiene ese poder, más aún, de qué hablamos cuando hablamos de poder.
El punto está en que el poder es un potencial, es decir, lo que PODRÍA SER, pero se considera como lo posible, lo que PUEDE SER.
El ardid en el cual se apoyan para subvertir la cuestión del poder es tan sutil como evidente. Es también una parábola de cómo el hombre se volvió más poderoso siendo cada vez más débil.
Imaginemos un niño que, viendo que él no puede caminar, nos ordenara no hacerlo a quienes podemos para no verse superado. Así, el más débil (en el sentido de potencia) se convierte en el más poderoso (en el sentido de posibilidad) acarreando como consecuencia un retroceso en todo el grupo (ya que nadie podría caminar pudiéndolo hacer) que inmediatamente desencadenaría otro sinnúmero de problemas.
Algo parecido es lo que nos ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Hemos aprendido a dominar al resto de los seres, a la naturaleza toda hasta cierta medida e incluso hemos desarrollado un potencial destructivo que podría acabar con toda la vida del planeta entero. Nuestra vida es por lejos la más sofisticada que haya existido en el planeta, y solamente será superada al menos por la próxima generación. Sin embargo, sabemos que esto no va a durar mucho más, porque estamos acabando con los recursos para seguir esta escala ascendente en el progreso tecnológico.
"La tecnología avanza pero el hombre no, es siempre el mismo. [..] El tiempo pasa, nos vamos volviendo tecnos ..." advierte Luca Prodan, parodiando la letra de "años" de Pablo Milanés.
Pero no es el mismo. No. No sólo no es el mismo, sino que como el niño del ejemplo, se va sintiendo cada vez más indefenso frente a su propia creación, la cual -como si de la caja de Pandora se tratase- no hace más que agregarle problemas a su ya problemática existencia.
Viéndonos así, tan indefensos, si llegamos a generar una empatía tal que nos conmueva, podríamos proferir la fatal frase: "pobre..." justamente en su verdadero significado.
Entonces, ¿quiénes son los pobres?
¿acaso son aquellos que se contentan con lo mínimo indispensable para vivir?
¿o son aquellos que cada día necesitan más y más, acumulando objetos, acumulando poder, acumulando seres a su alrededor?
En nuestro afortunado idioma existe una palabra para los primeros: humildad. Siglos de tergiversación igualaron esta palabra con su opuesto: pobreza.
Creo que ya se habrán dado cuenta con quiénes asociamos esta última.
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